12/12/06

MARRUECOS TERCER DIA FES-IFRANE-ARZOU-MIDELT-ER RACHIDIA-ERFOUD-RISANI-MERZOUGA


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Así fue, amanece (que no es poco…), y cuando los primeros rayos del sol despuntan ya se sorprenden de encontrarme subido en la montura, todo cargado de nuevo, desayuno compartido con cuatro patos (algunos de los cuales salen en la foto del camping), y en franca ruta hacia el sur, tras unos minutos de intensa niebla que acompañó mi salida de Fez.

Ver despuntar esos rayos y dibujar mi silueta sobre la ruta desconocida que guiaba mis pasos, obligóme a inmortalizar tan bello momento mientras en mi casco sonaba aquella vieja melodía: “On the road again”. ME ENCANTAN ESTOS MOMENTOS entre tu moto, tú, y cientos de kilómetros por recorrer.

Más tarde la llegada a Ifrane fue extraña, uno se encuentra de golpe en una especie de pueblo europeo de los Alpes o el Tirol, verde, frondoso, fresco, con universitarios caminando por sus calles camino de las aulas, creeríase que uno se dará la vuelta y verá a su espalda por ejemplo el perfil del suizo monte Jumfrau. Pero no es así, se trata solamente de un pueblo construido por la élite francesa a su gusto.Y no muy lejos de allí, el legendario bosque de cedros de Arzou me recibió con el canto de los pájaros y la atenta y curiosa mirada de las monas bereberes que allí habitan, y que no obstante yo no conseguí ver. Una pequeña pista forestal me permitió adentrarme un poco entre los cedros hasta un claro, lugar que hubiera sido ideal para una buena acampada.

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Más al sur el medio altas se despliega y nos ofrece paisajes realmente bonitos, y el cauce de un río suele ser una buena invitación para refrescarse, que el calor empezaba a apretar de nuevo.



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En determinado momento el Atlas aparece recordándonos que habrá que atravesarlo un par de veces. La nieve de sus cumbres quedaría sólo en una amenaza, que después no se confirmaría al ser bordeadas por los pasos existentes

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Parada en las Gargantas del Ziz, con un encanto escaso, ya que el famosísimo “túnel del legionario” quedóse simplemente en un agujero en la pared para pasar la carretera de los que aquí tenemos tropecientos en cualquier puerto que se precie de los Pirineos.

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El paisaje se había convertido definitivamente en árido, y cualquier cauce de agua motiva inevitablemente el crecimiento de palmerales, y con ellos las kasbas y las jaimas como éstas.

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La llegada a Er Rachidia coincidió con la salida del colegio de los niños, lo cual dio sonido y colorido a un pueblo de extensión considerable, y con bastante más encanto por ejemplo que Midelt.

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Apretando ya el estómago por llenarse, el encuentro de un oasis de palmerales y flores, y localizar una pequeña rampa que hiciera posible el acceso a una buena sombra (pero sobretodo después la subida de nuevo a la carretera), motivó un alto en el camino, todo fue bajar con la moto, sacar el caballete, desatascarme del asiento, y quitarme el casco, y aparecer corriendo desde no se sabe donde un chico que quedóse a escasos cinco metros de mi observando. Como sea que comer con dos ojos en el cogote no era lo que yo andaba buscando, y siendo que el paté y el fuet eran de cerdo, no pude más que invitar al muchacho a compartir las galletas, lo cual el pastorcillo de cabras (según me dijo luego), agradeció sacándose un cuchillo rudimentario ….. (no preocuparos que éste no es el momento gore de la aventura), y con él cortó una hoja de palmera con la que mientras hablábamos se entretuvo, y que al final me regaló convertida en la bonita figura de un camello.
Aquí la instantánea que me saqué con el “muxaxo”.

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La “caló” apretaba de lo lindo, y los kilómetros iban cayendo en dirección sur, o sea que me alegró de lo más encontrar el manantial de agua que me había descrito Jimmy a unos 500 metros de la carretera, lugar conocido por ser próximo a una de las etapas del rally Dakar. A pesar del Lorenzo que castigaba, un hombre dormía a la sombra de una escuálida mesa donde exhibía sus mercancías, siendo ésta una constante en todo el territorio, donde en muchos de sus parajes, innumerables personas (sobretodo niños), ofrecen sus hallazgos, especialmente piedras curiosas (rosas del desierto, núcleos de cobalto, fósiles, etc.).

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A la llegada al Oasis de Erfoud el consumo de agua de mi camel-bag ya empezaba a ser notable. Por la noche uno se da cuenta de que se ha bebido 6 litros de agua y todavía no ha ido al baño, señal inequívoca que se ha sudado de lo lindo. Puesto pie en tierra para evangelizar el palmeral, fui en realidad yo el invadido por las hordas de chiquillos locales.

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El desierto empezaba a mostrarse en el tipo de paisaje cuando llegué a la puerta de Rissani.

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Y al salir de allí tuve que atravesar una pequeña tormenta de arena para por fin llegar hasta Merzouga, que muy acertadamente ha sido definido como el final de todo, ya que tras la puerta de entrada hay un par o tres de kasbas y ya directamente el desierto, y con él, la nada.

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El arte de negociar el precio de un alojamiento, y más si incluye excursión con camello a las dunas de Erg Shebbi, tiene una determinada liturgia que consiste en sentarse cómodamente con el dueño a la sombra, al amparo de una mesita, servirse un té con hierbas (mucho más fuerte que el que toman en el norte), y regatear a paso de tortuga mientras se contempla la extensión imponente de las dunas. Él no tiene prisa ninguna, pero yo de “guiri” facilón tengo también más bien poco, o sea que pasaron tranquilamente 25 minutos de reflexión hasta alcanzar un acuerdo que nos pareció a los dos satisfactorio.
Metí la moto dentro de la kasba a puerta cerrada, y yo a unos 6 metros ocupé mi habitación con cama doble, y regaléme con una duchita, lo cual tampoco estuvo nada mal. Ya con el sol más bajo, cita con el camello y su portador, y a hacer el turista hacia las dunas de Erg Shebbi.
El camello paró a pie de dunas, pero éstas tienen 250 metros de altura (dicen), por lo que puedo asegurar y aseguro que la ascensión hasta la cumbre ocupa un buen rato, y unos buenos esfuerzos.
En la ascensión tuve ocasión de echar una mano al espíritu del desierto, recogiendo una lata vacía de cerveza, y una botella vacía de plástico de coca-cola. La botella enseguida me haría servicio, puesto que bajó conmigo llena de arena recogida en la cima de la duna, y por ayudarle con la lata, el espíritu del desierto seguro que al día siguiente me echó un cable con lo que habría de llegar.

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Arriba en la cima, durante una hora larga estuve yo sólo con el chico-guía, y el mar de dunas y el silenció del desierto volvieron a dejarme impresionado y sin habla cómo ya hace 15 años lo hiciera el desierto de Túnez con los compañeros de la Uni.



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Quería gritar a los cuatro vientos que yo estaba allí, pero fue suficiente con echar mano del teléfono y sin problema alguno de cobertura ponerme en contacto con aquellos que sufrían por mi.
Más tarde otros turistas acabaron acercándose también a las dunas, y muchos fueron los llamados, pero pocos los elegidos, de manera que al final del día para ver el ocaso en la cima llegaron tres, yo entre ellos, claro. (para una vez que vengo no iba a racanear el esfuerzo, no?).
Después, la variedad cromática de las dunas con el cambio de la intensidad de los rayos, y la misma puesta de sol fueron la guinda del pastel.


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Al regresar de noche a la Kasba, a lomos del camello y bajo las estrellas en pleno desierto, una paz inexplicable me invadía y no podía desdibujar una sonrisa.Por la noche, a las 4 de la madrugada un sonido inconfundible me despertó anunciándome que en aquella habitación había más de un ente vivo. Estando pues en el desierto, fabulé sobre serpientes, alacranes o escarabajos negros gigantes, pero fuera lo que fuera sin duda no sabía con quien andaba jugando.
O sea que armado con la cámara de vídeo en ristre, en modo infrarrojos, no tardé en cazar al “habitante de la casa candidato a la expulsión”. Resultó ser una simpática rata del desierto que tenía capricho de comerse mis filipinos que había dejado empezados por ahí. No cejó en su empeño hasta introducirse dentro del paquete (con la cola fuera) en busca de su rosquilla de chocolate.
Como al abrir la luz se escondía debajo de la cama, tuve que ponerle una rosquilla de cebo en el lindar de la puerta, y observar la escena otra vez con infrarrojos; y efectivamente, el Ratoncito Pérez nocturno (que más bien parecía Speedy Gonzalez por lo rápido que se movía), se lanzó a por la rosquilla y pude echarle de la habitación y tapar el bajo puerta con una toalla para dormir tranquilo. Claro que al despertarme pude verlo con estupor marchar de nuevo, ya que se había hecho un hueco en la toalla y había venido a por más filipinos durante la noche.
Éste era mi visitante inesperado.

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